Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.

Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”.

Oramos con valentía, porque cuando oramos normalmente tenemos una necesidad. Dios es un amigo, un amigo rico, que tiene pan, que tiene lo que necesitamos. Es como si Jesús dijera: “En la oración, sed intrusivos, no os canséis”. ¿De qué no cansarse? Preguntar. Pedid y se os dará. Porque es un trabajo, un trabajo que requiere fuerza de voluntad, requiere constancia, requiere determinación, sin vergüenza. ¿Por qué? Porque estoy llamando a la puerta de mi amigo. Dios es un amigo y con un amigo puedo hacer esto. Una oración constante e invasiva. (…) Y un amigo siempre da el bien, da más: yo le pido que me resuelva este problema, y ​​Él te lo resuelve y además te da el Espíritu Santo. Dar más Pensemos un momento: ¿cómo orar? ¿Como un loro? ¿Oro con la necesidad de mi corazón? ¿Lucho con Dios en oración para que me dé lo que necesito, si eso es correcto? Aprendamos de este pasaje del Evangelio cómo orar. (Homilía Santa Marta, 11 de octubre de 2018)

El que los doctores de la ley no entendían los signos de los tiempos, invocando un signo extraordinario. Y propuso algunas respuestas: la primera es que «estaban cerrados. Estaban cerrados en su sistema, tenían perfectamente acomodada la ley, una obra maestra. Todos los judíos sabían qué se podía hacer, qué no se podía hacer, hasta dónde se podía llegar. Estaba todo ordenado». A pesar de esto ellos «no entendían que Dios es siempre nuevo; jamás reniega de sí mismo, jamás dice que lo que había dicho era un error, jamás; sino que siempre sorprende. Y ellos no entendían y se cerraban en ese sistema hecho con tanta buena voluntad; y pedían» a Jesús que les diera «una señal», continuando sin entender «los numerosos signos que hacía Jesús» y permaneciendo en una actitud de total «cerrazón». Segundo, «habían olvidado que eran un pueblo en camino. Y cuando uno está en camino, se encuentra siempre cosas nuevas, cosas que no conoce. De aquí la recomendación final de reflexionar sobre este tema, de interrogarse sobre los dos aspectos, preguntándose: «¿Estoy apegado a mis cosas, a mis ideas, cerrado? O ¿estoy abierto al Dios de las sorpresas?». Y también: «¿Soy una persona inactiva, o una persona que camina?» «¿creo en Jesucristo y en lo que hizo», es decir «que murió, resucitó… creo que el camino siga adelante hacia la madurez, hacia la manifestación de la gloria del Señor? ¿Soy capaz de entender los signos de los tiempos y ser fiel a la voz del Señor que se manifiesta en ellos?» Podemos hacernos hoy estas preguntas y pedir al Señor un corazón que ame la Ley, porque es Ley de Dios, que ame también las sorpresas de Dios, y que sepa que esta santa Ley no es un fin en sí misma. (Homilía Santa Marta, 13 de octubre de 2014)

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