Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

¿Con qué estándar mido a los demás? ¿Con qué estándar me mido? ¿Es una medida generosa, llena del amor de Dios, o es una medida de bajo nivel? Y con esta medida seré juzgado, no será otra: ésa, la que yo use. ¿En qué nivel he puesto mi listón? Necesitamos pensar en esto. Y esto lo vemos no sólo, no tanto en las cosas buenas que hacemos o en las cosas malas que hacemos, sino en el estilo de vida continuo. […] Y como cristiano me pregunto: ¿cuál es el punto de referencia, la piedra de toque para saber si estoy a un nivel cristiano, a un nivel que Jesús quiere? Es la capacidad de humillarme, es la capacidad de sufrir la humillación. Al cristiano que no es capaz de soportar las humillaciones de la vida le falta algo. […] Este es el modelo. Con la misma medida con que mides, serás medido. Si es una medida cristiana, que sigue a Jesús, en su camino, con la misma seré juzgado, con mucha piedad, con mucha compasión, con mucha misericordia. Pero si mi medida es mundana y sólo uso la fe cristiana –sí, voy a Misa, pero vivo como una persona mundana– seré medido con esa medida. Pidamos al Señor la gracia de vivir como cristianos y sobre todo de no tener miedo a la cruz, a las humillaciones, porque este es el camino que Él ha elegido para salvarnos y esto es lo que garantiza que mi medida sea cristiana: la capacidad de llevar la cruz, la capacidad de sufrir alguna humillación. (Homilía Santa Marta, 30 de enero de 2020)

Jesús nos invita hoy a mirarnos por dentro: a dar las gracias por nuestro terreno bueno y a seguir trabajando sobre los terrenos que todavía no son buenos. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras piedras de la pereza son todavía numerosas y grandes; individuemos y llamemos por nombre a las zarzas de los vicios. Encontremos el valor de hacer una buena recuperación del suelo, una bonita recuperación de nuestro corazón, llevando al Señor en la Confesión y en la oración nuestras piedras y nuestras zarzas. Haciendo así, Jesús, buen sembrador, estará feliz de cumplir un trabajo adicional: purificar nuestro corazón, quitando las piedras y espinas que asfixian la Palabra. (Ángelus, 16 de julio de 2017)

Jesús era así; primero la gente, servir la gente, ayudar a la gente, ensenar a la gente, sanar a la gente. Estaba para la gente. No tenía tiempo ni siquiera para comer. Sus familiares (…) Llegan al lugar donde Jesús está predicando y lo mandan llamar. Le dicen: «He aquí, tu madre, tus hermanos y hermanas están afuera y te buscan» (v.32) y Él responde: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» y mirando a las personas que le rodeaban para escucharlo, añade: «¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque quien cumpla la voluntad de Dios, es mi hermano, mi hermana y mi madre» (vv. 33-34). Jesús ha formado una nueva familia, que ya no se basa en vínculos naturales, sino en la fe en Él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu Santo. Todos aquellos que acogen la palabra de Jesús son hijos de Dios y hermanos entre ellos. Acoger la palabra de Jesús nos hace hermanos entre nosotros y nos hace ser la familia de Jesús. (…) Aquella respuesta de Jesús no es una falta de respeto por su madre y sus familiares. Más bien, para María es el mayor reconocimiento, porque precisamente ella es la perfecta discípula que ha obedecido en todo a la voluntad de Dios. Que nos ayude la Virgen Madre a vivir siempre en comunión con Jesús, reconociendo la obra del Espíritu Santo que actúa en Él y en la Iglesia, regenerando el mundo a una vida nueva. (Ángelus, 10 de junio de 2018)

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