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Como sabemos, Jesús respondió preguntándoles si estaban dispuestos a beber el cáliz que él mismo estaba a punto de beber (cf. Mt 20, 22). Con estas palabras quería abrirles los ojos a los dos discípulos, introducirlos en el conocimiento del misterio de su persona y anticiparles la futura llamada a ser sus testigos hasta la prueba suprema de la sangre. De hecho, poco después Jesús precisó que no había venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos. (…) el Señor desea que cada uno de nosotros sea un discípulo que viva una amistad personal con él. Para realizar esto no basta seguirlo y escucharlo exteriormente; también hay que vivir con él y como él.  (Benedicto XVI – Audiencia general, 5 de julio de 2006)

Hoy seguiremos meditando sobre las parábolas de Jesús, que nos ayudan a recuperar la esperanza, porque nos muestran cómo obra Dios en la historia. En este relato podemos reconocer la forma de comunicarse de Jesús, que tiene mucho que enseñarnos para el anuncio del Evangelio hoy. Cada parábola cuenta una historia tomada de la vida cotidiana, pero quiere decirnos algo más, nos remite a un significado más profundo. La parábola suscita en nosotros interrogantes, nos invita a no quedarnos en las apariencias. Ante la historia que se cuenta o la imagen que se me presenta, puedo preguntarme: ¿dónde estoy yo en esta historia? ¿Qué dice esta imagen a mi vida? El término parábola proviene, de hecho, del verbo griego paraballein, que significa lanzar delante. La parábola me lanza delante una palabra que me provoca y me empuja a interrogarme. (Papa León XIV – Audiencia general, 21 de mayo de 2025)

La imagen, tomada de la naturaleza, describe con inmediatez y eficacia el misterio sobrenatural de la comunión de vida entre Jesús y los suyos. Como acontece en el caso de la vid y los sarmientos, también entre el Maestro y sus discípulos circula la misma savia vital, se transmite la misma vida divina, la vida eterna «que estaba en el Padre y se nos manifestó» (1 Jn 1, 2). Los sarmientos están unidos a la vid y de ella toman su alimento, para poder dar fruto. Del mismo modo, los discípulos están unidos al Señor y, gracias a esta unión existencial, pueden actuar espiritualmente y dar fruto: «Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí» (Jn 15, 4). Los sarmientos no tienen vida propia: viven sólo si permanecen unidos a la vid donde han brotado. Su vida se identifica con la de la vid. La misma savia circula entre la vid y los sarmientos; ambos dan el mismo fruto. Entre ellos existe, por consiguiente, un vínculo indisoluble, que simboliza muy bien el que existe entre Jesús y sus discípulos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15, 4). (San Juan Pablo II – Audiencia general 25 de enero de 1995)

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