«La respuesta de Jesús es clara: “Yo os digo: no hay ninguno que haya dejado todo sin recibir todo”». No hay término medio: «Ya lo ves, nosotros hemos dejado todo», «recibiréis todo». Hay sin embargo «esa medida desbordante con la que Dios da sus dones: “recibiréis todo. Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madres, padres, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, que no reciba ya ahora en este tiempo quedará sin recibir cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, campos, y la vida eterna que vendrá”. Todo». Esta es la respuesta: «El Señor no sabe dar menos de todo. Cuando Él dona algo, se dona a sí mismo, que es todo». Aquí está por tanto el «don de Dios: la plenitud aniquilada». Y aquí está entonces también «el estilo del cristiano: buscar la plenitud, recibir la plenitud aniquilada y seguir por ese camino». Ciertamente un compromiso que «no es fácil». «¿cuál es el signo, ¿cuál es la señal de que yo voy adelante en este dar todo y recibir todo?» «El signo que nosotros vamos en este camino del todo y nada, de la plenitud aniquilada, es la alegría». (Homilía Santa Marta, 28 de febrero de 2017)

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