Hoy, el Evangelio nos habla de la corrección fraterna (cf. Mt 18, 15-20), que es una de las expresiones más grandes del amor, y también una de las que requieren un mayor esfuerzo, porque no es fácil corregir a los demás. Cuando un hermano en la fe comete una falta contra ti, tú, sin rencor, ayúdalo, corrígelo. Ayudar corrigiendo. Pero, por desgracia, lo primero que se suele crear en torno a quien se equivoca son las habladurías, mediante las que todo el mundo se entera del error, con todos los detalles, ¡menos el interesado! (…) Jesús, en cambio, nos enseña a comportarnos de otra manera. Esto es lo que dice hoy: «Si tu hermano comete una falta contra ti, ve y repréndelo entre tú y él a solas» (v. 15). Háblale «cara a cara», háblale lealmente, para ayudarlo a entender en qué se equivoca. Y esto hazlo por su bien, superando la vergüenza y encontrando el verdadero valor, que no es hablar mal de él a sus espaldas, sino decirle las cosas a la cara con mansedumbre y amabilidad. (…) ¿Y si sigue sin entender? Entonces, dice Jesús, involucra a la comunidad. Pero también en este caso, seamos claros: no se trata de poner a la persona en la picota, de avergonzarla públicamente, sino de unir los esfuerzos de todos para ayudarla a cambiar. Señalar con el dedo a las personas no es bueno; de hecho, a menudo hace más difícil que quien se ha equivocado reconozca su propio error. Más bien, la comunidad debe hacerle sentir a él o a ella que, a la vez que condena el error, está cerca de la persona con la oración y el afecto, siempre dispuesta a ofrecer el perdón, la comprensión, y a empezar de nuevo. (Ángelus, 10 de septiembre de 2023)