«La predicación evangélica nace de la gratuidad, del estupor de la salvación que llega; y eso que he recibido gratuitamente, debo darlo gratuitamente» Y desde el principio fueron así. San Pedro no tenía cuenta bancaria, y cuando tuvo que pagar impuestos el Señor lo envió al mar a pescar un pez y encontrar la moneda dentro del pez, para pagar. […] Todo es gracia. Todo. ¿Y cuáles son los signos cuando un apóstol experimenta esta gratuidad? Primero, la pobreza. El anuncio del Evangelio debe recorrer el camino de la pobreza. El testimonio de esta pobreza: no tengo riquezas, mi riqueza es sólo el don que recibí, Dios. Esta gratuidad: ¡ésta es nuestra riqueza! Y esta pobreza nos salva de convertirnos en organizadores, empresarios… Las obras de la Iglesia deben llevarse adelante, y algunas son un poco complejas; pero con corazón de pobreza, no con corazón de inversor o de emprendedor, ¿no? […] Cuando encontramos apóstoles que quieren enriquecer a la Iglesia, sin elogios gratuitos, la Iglesia envejece, la Iglesia se convierte en una ONG, la Iglesia no tiene vida. Hoy pedimos al Señor la gracia de reconocer esta gratuidad: «Recibisteis gratuitamente, dad gratuitamente». Reconoced esta gratuidad, ese don de Dios. Y con esta gratuidad avanzamos también nosotros en la predicación evangélica. (Homilía Santa Marta, 11 de junio de 2013)

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