El día de Pentecostés, dijo Pedro a los judíos: «Sepa todo Israel, con absoluta certeza, que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús, a quien ustedes han crucificado».

Estas palabras les llegaron al corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados y recibirán el Espíritu Santo. Porque las promesas de Dios valen para ustedes y para sus hijos y también para todos los paganos que el Señor, Dios nuestro, quiera llamar, aunque estén lejos».

Con éstas y otras muchas razones los instaba y exhortaba, diciéndoles: «Pónganse a salvo de este mundo corrompido». Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unas tres mil personas.

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