Pensemos un momento en esta escena: Saulo y Esteban, el perseguidor y el perseguido. Entre ellos parece haber un muro impenetrable, tan duro como el fundamentalismo del joven fariseo y como las piedras arrojadas al condenado a muerte. Sin embargo, más allá de las apariencias, hay algo más fuerte que los une: a través del testimonio de Esteban, de hecho, el Señor ya está preparando en el corazón de Saulo, sin que él lo sepa, la conversión que lo llevará a ser un gran apóstol. Esteban, su servicio, su oración y la fe que proclama, su valentía y especialmente su perdón a punto de morir, no son en vano. Se decía, en los tiempos de las persecuciones -y aún hoy es justo decirlo- la sangre de los mártires semilla de cristianos”. Parecen terminar en la nada, pero en realidad su sacrificio siembra una semilla que, a contracorriente de las piedras, se planta, de manera oculta, en el pecho de su peor rival. Hoy, dos mil años después, vemos tristemente que la persecución continúa: hay persecución de cristianos… sigue habiendo -y son muchos- quienes sufren y mueren por dar testimonio de Jesús, como también hay quienes son penalizados a diversos niveles por comportarse de forma coherente con el Evangelio (…) ahora como entonces, la semilla de sus sacrificios, que parecía morir, brota y da fruto, porque Dios, a través de ellos, sigue obrando maravillas (cf. Hch 18,9-10), para cambiar los corazones y salvar a los hombres. (Ángelus, 26 de diciembre de 2023)

Los comentarios están cerrados.

Comentarios recientes
    Categorías