«Me gusta ver aquí, en esta mujer, una imagen de la Iglesia». En cierto sentido la Iglesia «es un poco viuda, porque espera a su Esposo que volverá». Cierto, «tiene a su Esposo en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en los pobres: pero espera que regrese». (…) ¿Qué es lo que impulsa al Papa a «ver en esta mujer la figura de la Iglesia»? El hecho de que «no era importante: el nombre de esta viuda no aparecía en los periódicos, nadie la conocía, no tenía títulos… nada. Nada. No brillaba con luces propias». Y la «gran virtud de la Iglesia» debe ser precisamente la «de no brillar con luz propia», sino reflejar «la luz que viene de su Esposo». Tanto más que «a lo largo de los siglos, cuando la Iglesia quiso tener luz propia, se equivocó». (…)
«todos los servicios que realizamos» le sirven a ella para «recibir esa luz». Cuando a un servicio le falta esta luz «no está bien», porque «hace que la Iglesia se haga rica, o poderosa, o que busque el poder, o que se equivoque de camino, como sucedió muchas veces en la historia, y como sucede en nuestra vida cuando queremos tener otra luz, que no es precisamente la del Señor: una luz propia». (…) Cuando la Iglesia, es «humilde» y «pobre», y también cuando «confiesa sus miserias —que, además, todos las tenemos— la Iglesia es fiel». Es como si ella dijera: «Yo soy oscura, pero la luz me viene de allí». Y esto, añadió el Pontífice, «nos hace mucho bien». Entonces «recemos a esta viuda que está en el cielo, seguro», a fin de que «nos enseñe a ser Iglesia de ese modo», renunciando a «todo lo que tenemos» y a no tener «nada para nosotros» sino «todo para el Señor y para el prójimo». Siempre «humildes» y «sin gloriarnos de tener luz propia», sino «buscando siempre la luce que viene del Señor». (Santa Marta, 24 de noviembre de 2014)