Job le dijo al Señor:
“Reconozco que lo puedes todo
y que ninguna cosa es imposible para ti.
Era yo el que con palabras insensatas
empañaba la sabiduría de tus designios;
he hablado de grandezas que no puedo comprender
y de maravillas que superan mi inteligencia.
Yo te conocía sólo de oídas,
pero ahora te han visto ya mis ojos;
por eso me retracto de mis palabras
y me arrepiento, echándome polvo y ceniza”.

El Señor bendijo a Job al final de su vida más que al principio: llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil burras.

Tuvo siete hijos y tres hijas; la primera se llamaba Paloma, la segunda Canela y la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les asignó una parte de la herencia, al igual que a sus hermanos.

Y Job vivió hasta los ciento cuarenta años y vio a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos. Murió anciano y colmado de años.

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