El Evangelio de la Liturgia de hoy, Solemnidad de los Santos Patronos de Roma, recoge las palabras que Pedro dirige a Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Es una profesión de fe, que Pedro pronuncia no en base a su entendimiento humano, sino porque Dios Padre se la inspiró. El apóstol Pablo tiene su propio camino, él también pasó por una lenta maduración de la fe, experimentando momentos de incertidumbre y duda. A la luz de esta experiencia de los santos apóstoles Pedro y Pablo, cada uno de nosotros puede preguntarse: cuando profeso mi fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, ¿lo hago con la conciencia de que siempre debo aprender, o presumo que «ya lo tengo todo resuelto»? Y de nuevo: en las dificultades y pruebas, ¿me desanimo, me quejo, o aprendo a hacer de ellas una oportunidad para crecer en la confianza en el Señor? Porque él —escribe Pablo a Timoteo—nos libra de todo mal y nos lleva con seguridad al cielo (cf. 2 Tm 4,18). Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles, nos enseñe a imitarlos avanzando día a día por el camino de la fe. (Ángelus,

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