Jesús no quiere proponer una nueva ley civil, sino más bien el mandamiento del amor del prójimo, que implica también el amor por los enemigos: «Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen» (v. 44). Y esto no es fácil. Esta palabra no debe ser entendida como aprobación del mal realizado por el enemigo, sino como invitación a una perspectiva superior, a una perspectiva magnánima, parecida a la del Padre celeste, el cual —dice Jesús— «que hace surgir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (v. 45). (Ángelus, 19 de febrero de 2017)

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