El que los doctores de la ley no entendían los signos de los tiempos, invocando un signo extraordinario. Y propuso algunas respuestas: la primera es que «estaban cerrados. Estaban cerrados en su sistema, tenían perfectamente acomodada la ley, una obra maestra. Todos los judíos sabían qué se podía hacer, qué no se podía hacer, hasta dónde se podía llegar. Estaba todo ordenado». A pesar de esto ellos «no entendían que Dios es siempre nuevo; jamás reniega de sí mismo, jamás dice que lo que había dicho era un error, jamás; sino que siempre sorprende. Y ellos no entendían y se cerraban en ese sistema hecho con tanta buena voluntad; y pedían» a Jesús que les diera «una señal», continuando sin entender «los numerosos signos que hacía Jesús» y permaneciendo en una actitud de total «cerrazón». Segundo, «habían olvidado que eran un pueblo en camino. Y cuando uno está en camino, se encuentra siempre cosas nuevas, cosas que no conoce. De aquí la recomendación final de reflexionar sobre este tema, de interrogarse sobre los dos aspectos, preguntándose: «¿Estoy apegado a mis cosas, a mis ideas, cerrado? O ¿estoy abierto al Dios de las sorpresas?». Y también: «¿Soy una persona inactiva, o una persona que camina?» «¿creo en Jesucristo y en lo que hizo», es decir «que murió, resucitó… creo que el camino siga adelante hacia la madurez, hacia la manifestación de la gloria del Señor? ¿Soy capaz de entender los signos de los tiempos y ser fiel a la voz del Señor que se manifiesta en ellos?» Podemos hacernos hoy estas preguntas y pedir al Señor un corazón que ame la Ley, porque es Ley de Dios, que ame también las sorpresas de Dios, y que sepa que esta santa Ley no es un fin en sí misma. (Homilía Santa Marta, 13 de octubre de 2014)

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